“Reunidos en comunión” es la manifestación universal de que todos los miembros de la Iglesia, celestes y terrestres, sujetos al tiempo o vinculados ya a la eternidad, participamos de la unidad que Cristo ha cimentado en Él mismo. Se trata de una comunión que se eleva más allá de las diferencias meramente espacio-temporales. Y la Orden de Predicadores encarnada en la totalidad de la Familia Dominicana, se sabe dentro de esta unidad y puede ver en ella el ejemplo para su estructura interna.
Los gestos con los que Santo Domingo renueva el carisma de la predicación dentro de la Iglesia dan cuenta de un espíritu familiar, que compartía con las mujeres consagradas de Prulla, posteriormente con sus primeros religiosos, e incluso, con los que escuchaban sus predicaciones. Esto nos sugiere ya el espíritu de comunión que engendra la predicación apostólica de Domingo, y por tanto los herederos de este carisma: la Familia Dominicana. Sin embargo, esta comunión entre nosotros tiene una identidad que siempre es necesario recordarla para mejor vivirla.
De aquí procede la exigencia de la vida que configura la Familia Dominicana. Empezamos predicando viviendo juntos y transparentando los sentimientos de Cristo (Flp 2,5), como la vida de los Apóstoles (Hch 2, 44-47. 4,32), la misma que Domingo tiene en mente cuando piensa en el carisma de la Predicación.
La Familia Dominicana entonces ha de seguir el sendero de los apóstoles, testimoniar su vida fraterna con la claridad de las obras.
La comunidad en la Orden se entiende precisamente a partir de la comunión de fuerzas para un mismo fin, es una complementariedad de carismas particulares (por eso la obediencia es el compromiso que asegura ese objetivo), y tal debe ser el aporte de una Familia como la nuestra a un carisma que exige ser siempre sal y luz del mundo. El reproche de San Pio X, según Turcotte, O.P. (1961), también podría ser aplicado para nosotros, laicos, religiosos y religiosas OP: “Los Apóstoles eran doce, y conquistaron el mundo; nosotros somos 350.000, y el mundo se nos escapa.”
Predicar juntos para un mismo fin no impide de ninguna manera mantener la identidad particular de cada rama de la Familia Dominicana. Ni los jóvenes del MJD parecerán religiosos ni los frailes emularemos a las hermanas o a las monjas, “Cada una (rama de la Familia Dominicana) tiene su carácter propio, su autonomía. Sin embargo, todas participan del carisma de Santo Domingo, comparten entre ellas una vocación única de ser predicadores en la Iglesia” (Capítulo de México, 1992). Evitamos la uniformidad para tender hacia la unidad en la diversidad. Pero esa unidad tiene que concretarse también en los medios de predicación.