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Ver a Dios realmente significa, no apagar jamás el deseo que tenemos de Él

| Julio 17 de 2019 • Fray Javier Castellanos, O.P |

Hermanos y hermanas en Cristo y Domingo de Guzmán.

La continuación del maravilloso relato de la “vocación de Moisés” en el Éxodo nos permite encontrar la grandiosidad y bondad de Dios para con los hombres, una vez más la filantropía divina se manifiesta en la historia de la salvación, mostrando su inmenso amor para con la humanidad. Dios ama revelando su propio nombre a un hombre que de acuerdo con las escrituras manifiesta en su vida una característica importante: la humildad.

Moisés, es llamado para guiar a un pueblo precisamente por esas características propias de poder arrodillarse ante la grandeza de la divinidad, quita las sandalias para pisar la santidad de la tierra donde está el pueblo de Dios, se dobla, se arrodilla, se postra ante esta magnífica visión y quita las sandalias para hacer inmersión y tocar la tierra santa donde Dios le pide que guie su pueblo.

Gregorio de Nissa nos dice que “Moisés al ver a Dios no se sacio jamás de desearlo”, es decir que su alma que tendía a la verdadera belleza, la de Dios, solo pudo verla a través de esa humildad.

Hermanos, sé muy bien que estoy sentado en este momento entre doctores, teólogos y filósofos, exegetas y hermeneutas “gente muy importante” y que este texto fundamental nos lleva a hacer una exegesis profunda del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob desde ese “Yo soy”.  Sin embargo, quisiera que miráramos en las lecturas y sobretodo en este relato de Moisés, así como en un espejo, la vida y vocación de cada uno de nosotros y nuestra vocación teologal como hijos de Santo Domingo. Y recordáramos el momento en que nos encontramos con Dios por primera vez y nos enamoramos para seguir el camino de liderar, guiar y pastorear hacia la tierra prometida.

“Ver a Dios realmente significa, no apagar jamás el deseo que tenemos de Él”

La oración de Jesús en el Evangelio de Mateo capítulo 11, nos recuerda de nuevo como Dios se manifiesta a los sencillos, ocultando su grandeza a los soberbios. Seguramente nuestra vocación cristiana viene de la sencillez y cuidado de cada una de nuestras familias, de la humildad que tuvimos en el momento de enamorarnos de Cristo y de la Orden, esto lo olvidamos en ocasiones, sobretodo cuando somos soberbios mostrando nuestros títulos y nuestra sabiduría, el Evangelio es tan natural como una semilla o un grano de mostaza y así hay que predicarlo,  tanto el episodio de  la vocación de Moisés, como las palabras de Jesús en el Evangelio nos recuerda la humildad para entender las cosas de Dios y la posibilidad de encontrarnos con los sencillos para predicarles el Reino de Dios.

Muchos de nosotros procedemos de lugares humildes, familias normales y nuestra predicación y lo que somos como predicadores se lo debemos a la sencillez de ese pueblo de Dios que nos ha acompañado desde nuestra formación inicial hasta lo que somos hoy. Ellos, los sencillos, nos siguen acompañando y mostrándonos el amor de Dios, lo veo y lo siento en este capítulo en los frailes profesos de Vietnam que con su humildad nos trasmiten ese amor de Dios, en el cariño de los laicos y laicas que nos han cocinado y atendido en este capítulo. Allí encontramos también la misericordia de Dios y de la orden que pedimos en nuestra profesión.

Conocer al Padre por el Hijo significar hacer una “mimesis” es decir una mímica de la vida misma de Jesús, Humildad y sencillez necesitamos en la predicación y acercamiento a nuestro pueblo, para que Cristo sea comprendido como el Hijo, y seamos con El “Hijos en el Hijo”, en la sencillez del pan y el vino, cuerpo y sangre de Cristo, que compartiremos como hermanos haciéndonos todos miembros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.


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