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Navidad, fiesta de luz, resplandor maravilloso de la luz de Dios

Hace falta la luz de la fe sencilla, como la de los pastores, para poder contemplar en lo que parece pequeño los signos de la presencia de ese Dios que está con nosotros y que viene para salvarnos.

|  diciembre 24 de 2022  | Por: Fr. Franklin Buitrago , O.P.  •  Prior Provincial de los frailes dominicos en Colombia   |

Las palabras del profeta Isaías al inicio de la primera lectura de la misa de medianoche, dan el tono de la fiesta de Navidad y nos permiten comprender en gran medida la simbología de la Navidad: El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló.

La Navidad es una fiesta de luz: las luces embellecen nuestros hogares, nuestros templos y las calles de nuestras ciudades. Desde la noche del siete de diciembre, noche de las velitas, muchas familias salen a recorrer parques y pueblos para contemplar los alumbrados navideños. Hemos ido encendiendo los cirios de nuestra corona de Adviento.

Y el Evangelio según san Lucas que nos hablaba del resplandor glorioso que vieron los pastores en Belén, nos recordará en unos días la estrella que guió a los reyes magos hasta el portal. Tendremos finalmente las luces del dos de febrero en la fiesta de la Presentación o de la Candelaria con las que haremos eco de las palabras del anciano Simeón: Cristo, la luz que María lleva en sus brazos, vino para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel. Toda la Navidad está hecha con un lenguaje de luz.

Pero, no lo olvidemos, la luz de la que habla el profeta Isaías, es una luz que aparece ante un pueblo que caminaba en tinieblas y que habitaba en una tierra de sombras. Podríamos decir que cada generación conoce sus propias tinieblas y sus propias sombras.

Isaías conoció la noche oscura del exilio de su pueblo, así como nosotros podríamos enumerar tantas sombras que se ciernen en nuestro tiempo, sobre nuestro pueblo, sobre nuestras familias, sobre los jóvenes de nuestro tiempo, o esas tinieblas que experimentamos cuando la incertidumbre, el miedo o el desánimo se apoderan de nosotros y no sabemos hacia donde avanzar. Como señalaba el texto del profeta, quizás el más atemorizado ante la oscuridad sea el caminante porque avanzando en medio de la noche se queda en ascuas. Ante la oscuridad, el caminante puede paralizarse o puede seguir avanzando, pero tropezando continuamente. Cuando el ser humano toma consciencia de las oscuridades que se ciernen sobre la existencia humana, la luz de la Navidad cobra mayor significado.

También podríamos recordar que la costumbre de poner luces en los árboles en esta época del año fue inventada por los pueblos nórdicos para disimular las largas noches de los meses de invierno. Para disipar con luces fugaces el temor de las tinieblas. La Navidad puede convertirse para muchos en un escape ante las oscuridades de la vida, para embriagarse por unos días en fiesta, regalos y comida.

La Navidad para nosotros creyentes tiene sentido en cuanto la luz de Cristo nos hace caer en cuenta de nuestras oscuridades para mostrarnos el camino y animarnos a avanzar. La luz de la Navidad tiene su sentido pleno cuando nos hace pasar de la parálisis o de los tropiezos constantes del que camina a ciegas al paso firme, lleno de esperanza y de alegría, de aquel que se sabe guiado por la luz de Dios. Como los pastores que animados por las palabras del ángel e iluminados por el resplandor celestial, se pusieron en camino para encontrar en el Niño del pesebre el signo más grande del amor de Dios hacia la humanidad. Hace falta la luz de la fe sencilla, como la de los pastores, para poder contemplar en lo que parece pequeño los signos de la presencia de ese Dios que está con nosotros y que viene para salvarnos.

Hablando de la luz de la Navidad, existen dos paradojas en torno a la luz. En primer lugar, la luz nos permite ver las cosas, pero la luz misma no se ve. Incluso cuando decimos que vemos un rayo de luz, lo que vemos es el aire transmitiendo los rayos del sol. La luz que nos permite verlo todo, no se ve.

Y la otra, aunque la luz es algo tan importante para nosotros, la luz no viene de nosotros mismos, no la producimos. Tenemos ojos para ver, pero esos ojos necesitan de la luz exterior, para poder cumplir su objetivo. Cuando alguien se encuentra en un cuarto completamente oscuro: por mucho que abra los ojos no podrá ver nada porque no recibe luz.

Igual pasa con Dios en nuestra vida. Dios no se ve, pero gracias a Él existe todo lo que vemos. Dios nos regala la luz de la fe, una luz que no viene de nosotros, pero sin la cual no podemos ver muchas de las cosas que son esenciales en nuestra vida. Por eso la Sagrada Escritura compara al hombre que no tiene fe con el ciego. Cree que ve, pero por mucho que abra los ojos, no podrá ver ni comprender muchas cosas esenciales para la vida humana.

Reconocer que detrás de nuestra vida y de la vida de lo que nos rodea está la obra amorosa de un Dios que es Padre. Comprender que aún en medio de las dificultades, no estamos solos, Dios está con nosotros y por eso tenemos una esperanza que no desfallece. Entender que los acontecimientos de nuestra vida son un don, un regalo, una manifestación de la gracia y la misericordia de Dios.

Cuando esa luz falta, cuando el amor de Dios desaparece de nuestra mirada, es más fácil que la vida se vuelva oscuridad y un camino de tinieblas. Sí, podemos sacar lámparas artificiales y creernos seguros porque vemos un metro hacia adelante, pero esas luces artificiales son fugaces, nunca podrán reemplazar la verdadera luz, el Sol que viene de lo alto.

Lo bello de estos textos de la Navidad es que nos recuerdan que en esos momentos en que los seres humanos nos sentimos rodeados de oscuridad, la luz de Dios puede brillar con más fuerza. Porque esa luz, no depende de nosotros, no nos la damos a nosotros mismos, la luz de Dios llega siempre como una gracia, como un don, y cuando toca los ojos de nuestra alma, nos cura de la ceguera espiritual y nos da una mirada nueva para contemplar nuestra existencia, las personas que nos rodean y el mundo de otra manera. Reconozcamos que muchas veces el pesimismo, la tristeza, la amargura, el resentimiento, no están allá afuera, sino que están en nosotros. Las tinieblas y las oscuridades más profundas son las que se anidan en nuestro corazón. Esa es la buena noticia de la Navidad, la Buena Nueva de ese Niño que con su nacimiento todo lo ilumina.

Navidad fiesta de luz, resplandor maravilloso de la luz de Dios, dejémonos llenar por la claridad que brota del Niño de Belén. Esa luz que ilumina el rostro de la Santísima Virgen María.

Permitamos que la mirada amorosa de Dios hacia la humanidad sea nuestra mirada, no una mirada que juzga y condena, sino una mirada que ama, perdona, que puede contemplar la belleza interior de cada persona.

Porque, si en esta noche, esa luz de la Navidad brilla un poquito más en cada uno de nosotros, podremos decir que verdaderamente es Navidad porque el Niño Jesús está naciendo para quedarse como Dios con nosotros.    

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