¿Para qué estudia un laico teología?
El conocimiento de la Revelación divina en el mundo
| julio 08 de 2020 | POR: FRAY Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P. |
El quehacer de la teología es percibido desde diferentes formas: como una acción disciplinar, científica, argumentativa y dedicada, del todo, al ambiente académico. También es entendido como un carisma dado por el Espíritu Santo para contribuir al conocimiento fundamentado de la verdad revelada en la Escritura y en la Tradición. De igual forma, el talante teológico cristiano es considerado un don divino que se da a los hombres bajo su capacidad racional, que reconoce la presencia y la acción de Dios en favor del mundo y la humanidad, a la cual quiere salvar. Por tanto, “la teología surge cuando una persona, guiada por la luz de la fe y ejercitando su inteligencia, se adentra en el contenido y significado de la revelación divina. (…) La teología cristiana, naciendo de la palabra de Dios y del pensamiento del hombre sobre esa palabra, tal como ella se ha hecho voz y persona en Jesucristo, implica pensar y consentir intelección y adhesión” (González de Cardedal, 2008, p. 11). El estudio de la revelación y la forma como el hombre acoge el mensaje divino en su corazón a través de la razón, ayuda al ser humano a responder a las inquietudes, los problemas y las preguntas sobre la existencia, el mal, la muerte en orden a su realización como hombre y como criatura querida por Dios.
Junto a lo anterior, también podemos identificar en el quehacer teológico, propio de la acción intelectual cristiana, una estructura en la cual el teólogo puede profundizar el dato revelado en la Escritura y la Tradición. Esta organización se da a partir de tratados que tienen como base la profesión de fe en Dios Uno y Trino. El teólogo alemán Gerhard Ludwing Müller (2009) lo afirma de la siguiente manera: “la construcción y la estructura de la confesión de fe cristiana (credo) permiten descubrir los tres niveles de referencia, entrelazados entre sí, de la teología. El “yo” de los hombres establece, mediante la fe, una relación con Dios. Esta relación es intermediada por Jesucristo y permanece presente en la Iglesia mediante el Espíritu de Dios. Se mencionan así los tres misterios capitales de la fe cristiana: la Trinidad, la encarnación y la donación del Espíritu/santificación de los hombres”. (p. 4). De esta manera, se presenta, a nivel general, lo que un teólogo debe estudiar como base de su reflexión en la configuración de los tratados: Misterio de Dios Uno y Trino, Cristología, Pneumatología (tratado sobre el Espíritu Santo) y Antropología Teológica.
En las últimas décadas, la acción teológica ha visto una gran diversidad en su quehacer, al aplicarse a realidades concretas de la existencia humana, buscando encontrar respuestas a situaciones problemáticas que tiene el hombre actual desde la perspectiva de la Revelación: la crisis ecológica, la valoración de la mujer en la sociedad, la consciencia de las culturas y sus valores, la reflexión sobre los avances científicos y los diálogos bioéticos, etc.
Estas perspectivas hacen que se estudie el dato revelado desde diversos escenarios, bajo la consciencia de que Dios habla y actúa en distintos ambientes y que la misión de la Iglesia repercute en los contextos variados de la sociedad actual. La acción teológica se constituye en parte integral de la misión eclesial, que procura la vivencia y el anuncio del mensaje de Jesucristo para la salvación del género humano. Esta misión es responsabilidad de los laicos junto con el resto de Pueblo de Dios. No obstante, la teología no es solo un estudio académico de la realidad divina en el mundo, es también fruto de una experiencia. El discurso generado a partir del estudio debe dirigirse también a la realidad concreta. El teólogo dominico Yves Congar (1965) afirma: “por representar los laicos la voz del mundo, de su inquietudes y luchas, podrán aportar muchas riquezas a la Iglesia en orden a consagrarlas a Dios. (…) La importancia de los laicos en el pensamiento católicos es, pues, considerable. Comprometidos con el mundo, sus tareas creacionistas y su movimiento pueden aportar a la Iglesia rico material de problemas y de ideas” (p. 376). Así, el laico tiene la capacidad de reflexionar de manera más integral las realidades en las que se desarrolla, a la luz del dato revelado y de la experiencia de Dios que vive.
Afirma el teólogo español Olegario González de Cardedal (2008): “el ejercicio de la teología exige unas condiciones de tipo técnico y científico, otras de tipo personal y religioso. Es una forma de vida que reclama formación previa y cultivo permanente, un aprendizaje de técnicas a la vez que una dedicación de por vida y una gracia especial de Dios para llevarla a cabo no solo como una elección personal, correspondiente a una inclinación de nuestra naturaleza, sino también como una vocación en la Iglesia” (p. 355). Ante la realidad que Cardedal plantea, es necesaria una iniciativa formativa, porque el quehacer de la teología no se basa solo en la lectura de un presente, sino que debe tener en cuenta la unidad y articulación estructural que ha venido constituyéndose a lo largo de la historia de la Iglesia.
Así las cosas, la teología como don se entiende como una parte importante de la misión de la Iglesia, recibida también por los laicos, la cual permite una vivencia particular de la fe desde el estudio de la vida diaria, con respecto a la revelación divina, contribuyendo a la maduración de la fe en el mundo y a descubrir el querer de Dios desde un quehacer teórico-práctico. Los tiempos actuales han visto cómo cada vez más bautizados han recibido el llamado de profundizar en su fe desde el estudio espiritual-académico de la teología. Esta es una vocación dada a muchas personas. Por lo tanto, la teología se convierte en ambiente no exclusivo de seminaristas, sacerdotes y religiosos, sino que es una perspectiva de fe que se extiende a muchos bautizados, posibilitando el conocimiento de la revelación divina dentro de los ámbitos y las dinámicas del mundo.
La formación teológica tiene un doble movimiento: la santificación-maduración de la fe de la propia persona y la comunicación de las experiencias recibidas en el estudio de la teología para el bien del Pueblo de Dios y el servicio a la misión eclesial en el mundo. El teólogo dominico Yves Congar (1965) ubica la acción comunicativa de las verdades de la fe en el contexto de la función apostólica de los laicos, que se da como testimonio y como enseñanza, con repercusiones positivas hacia afuera de la misma Iglesia: “la palabra de los laicos se ejerce principalmente en el campo misional de la Iglesias, allí donde debe ser implantada, o allí donde la Iglesia todavía no está instituida, sino que existe sólo en la fe viva de los fieles y gracias a la comunicación que estos hacen de ella” (p. 369). Para hacer posible el ejercicio de enseñanza-testimonio, que complementa de forma eficaz la misión de la Iglesia en el mundo, es necesaria la formación doctrinal, teológica-profesional de aquellos que se sienten llamados a vivir este compromiso de profundización en la fe y de comunicación del mensaje cristiano desde el contexto de la teología y el estudio riguroso del dato revelado. Ésta dinámica integradora entre testimonio cristiano, fortalecimiento en la fe y enseñanza, puede constituirse en el fundamento del estudio teológico de los bautizados.
Referencias
Congar, Y. (1965). Jalones para una teología del laicado. Barcelona: Estela. 3ra edición.
González de Cardedal, O. (2008). El quehacer de la teología. Salamanca: Sígueme.
Müller, G. (2009). Dogmática. Teoría y práctica de la teología. Barcelona: Herder. 2da edición.
Por: Fray José Ángel Vidal, O.P.
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