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La templanza: hacia una ética de la virtud en tiempos de crisis

|   mayo 30 de 2021  •  Fray Daniel Yovani Sisa Niño, O.P.  |

Pensar en una ética de la virtud en un contexto de crisis medioambiental, es una oportunidad para repensar la comprensión de lo humano, pues, aunque la virtud no es un concepto exclusivamente cristiano, dado que es herencia del humanismo griego; es fundamental para la comprensión de la antropología cristiana. En toda época de la historia, se han admirado las excelencias humanas, puesto que tales capacidades contribuyen a la formación de las personas, como también en la configuración de las sociedades. De este modo, esta serie de reflexiones a propósito de las virtudes como fundamento ético, quieren contribuir a reflexionar y a tomar partido en una respuesta concreta a la crisis medioambiental.  El Papa Francisco en Laudato si (2015), plantea que el verdadero cambio, está en las manos de cada persona, pues es con el actuar diario, y con las decisiones personales que se fomenta el cambio. Desde lo micro se puede llegar a lo macro, es decir, desde las acciones cotidianas es posible que las políticas públicas cambien, a esto se le puede denominar como conversión ecológica

Para entender lo que significa esto, es necesario plantear una ruta, que pueda analizar diversos aspectos de la llamada del Papa a toda la humanidad. En esta primera entrega, se pretende analizar cómo desde lo micro, desde la cotidianidad de la vida es posible empezar a generar el cambio. Para ello, se propone un cambio en los hábitos, aquellos que en positivo se denominan virtudes, y en negativo se convierten en vicios, vicios que llevan al ser humano a su propia autodestrucción, pero que también tienen consecuencias en el contexto. Las virtudes cobran una especial importancia en medio de un itinerario de desarrollo del ser humano. Las virtudes permiten perfeccionar o actualizar las capacidades humanas, tanto a nivel individual como social.

Tener conciencia de las propias acciones es algo que en principio todo ser humano necesita hacer. Solo así puede dinamizar su propia experiencia vital; pues todo hay que aprenderlo. Incluso para morir es necesario aprender.  Y es aquí donde la virtud cardinal de la templanza, entendida como la moderación, conforme a la razón, en el disfrute de los bienes materiales[1], puede ofrecer algunas herramientas, para potenciar al ser humano como individuo y como colectivo. La templanza, es una virtud decisiva en la realización personal y social. Esta virtud está ligada a cómo el ser humano se trata a sí mismo y cómo se relaciona con los demás, es decir, con todos los bienes creados.

En medio de una diversidad de placeres, comidas, bebidas, afán de poder y de tener, parece casi que absurdo no dejarse seducir por la oferta ilimitada que encontramos en los centros comerciales o por la dinámica consumista que pulula a nuestro alrededor. Sin embargo, Tomás de Aquino, sostiene que todo acto propiamente humano debe estar orientado por la buena voluntad y por la razón, esto es, por la búsqueda constante del bien y del fin de todo. Para ello, propone la idea de vicio y de virtud como criterio ético.

El vicio, considera Santo Tomás, es puesto en todos los extremos, es decir, en el defecto y en el exceso, pues estos no permiten ver con claridad la meta y el fin último de las cosas. Pese a que bienes como la comida o la bebida puede provocar un tipo de alegría o placer, esta es solo momentánea y, cuando se da en exceso, puede tener como consecuencia la pérdida de un bien mayor: la salud. Así pues, la virtud es la que busca el justo medio, en donde el ser humano puede desarrollar todas sus potencialidades. La virtud no se da ni en el exceso ni en el defecto, sino en la justa medida, lo cual, permite alcanzar bienes mayores. Aunque, como lo reconoció Paul Valéry en su discurso a la academia francesa: la virtud es un concepto que prácticamente ha desaparecido de la cultura; pero hoy resulta profundamente iluminador, dado que la virtud da sentido a la vida y orienta las riendas de nuestro propio destino.

Para ello es necesario identificar dos tipos de inclinaciones o apetitos con los cuales el ser humano se mueve diariamente: por un lado, encontramos la tendencia a satisfacer los placeres y los propios instintos, como el alimento, el sexo, el dormir, el beber entre otros; y por otro, contamos con el apetito racional, aquel que rige la voluntad y posibilita buscar bienes mayores. Superar el comportamiento meramente instintivo es algo que procura la excelencia humana, no porque estos instintos sean algo malo, sino porque son limitados frente a las posibilidades que ofrece la inteligencia. Por ejemplo, es necesario superar la pereza y el dormir en demasía, en pro de conseguir realizar algún trabajo que implique disciplina y constancia. Así pues, la virtud de la templanza en orden a la conversión ecológica exige conciencia y responsabilidad con los actos, que diariamente se realizan.

Aunque la virtud de la templanza en medio de una jerarquía de virtudes presentada por los medievales, sea la última, no significa que sea la menos importante, pues implica los actos más cotidianos. La templanza, en efecto, consiste en la moderación de los apetitos y los movimientos pasionales (instintos e impulsos). La templanza aparta al hombre de lo que le atrae del mundo, pues es necesario reconocer que el ser humano se ve inclinado muchas veces por lo concupiscible, es decir, por los excesos. Pero, ¿por qué se da esto? Sostiene Santo Tomás, que el ser humano siempre opta por la bondad y por la felicidad que le puede proporcionar algo. Sin embargo, aunque de momento el ser humano encuentre felicidad comprando o comiendo, son felicidades y bondades efímeras, pues estas niegan o no permiten llegar a bienes mayores como la salud, o el cuidado de la casa común.

La templanza, es la virtud que modera la atracción de los placeres, y procura el equilibrio de los bienes creados. Fortalece el dominio de sí mismo, por medio de la voluntad y de la modelación de los instintos. Sin embargo, esta utopía de lo concreto se contrasta con el mundo moderno, pues este se caracteriza por el consumismo voraz; por una política y economía que se mueven por intereses privados y no por ideales comunitarios, resumiendo dicho actuar en un “no dar papaya” como criterio ético. Todo ello deriva en el trato a la naturaleza como una cantera que se puede explotar hasta el final. Esto ha traído consecuencias nefastas como el cambio climático, la desaparición de especies, entre otros resultados. ¡La tierra clama, la naturaleza grita un cambio, un cambio desde lo más concreto de la vida; un cambio concreto en las acciones cotidianas!

Tal vez, el vicio de comprar celular cada vez que sale uno nuevo modelo, o el vicio de la gula, la necesidad de comprar y renovar todo, es algo que atenta contra la casa común y las relaciones con el medio ambiente. Por consiguiente, al intentar superar estos vicios con la templanza, es posible reconstruir la relación consigo mismo, pues abandonar la gula, la lujuria, la pereza, el alcoholismo, y reemplazarlos por hábitos saludables, es algo que le permite a todo ser humano alcanzar bienes mayores. Aunque la templanza en términos coloquiales parezca algo que tiene una connotación negativa, marcada por una pésima definición y comprensión, pues se la ha relacionado con la represión y limitación; sin embargo, esta, es una virtud que mueve al ser humano hacia el bien personal y colectivo. Esta orientación hacia el bien, hace consciente al ser humano de la responsabilidad que tiene tanto sobre sí mismo y como con la creación. Moderar, mantener, y procurar el bien para toda la creación, es responsabilidad de todos. Así pues, la templanza integral, que le habla a todo ser humano, perfecciona la libertad del hombre en lugar de coaccionarla, pues optar por el bien es una utopía de lo concreto, no en sentido negativo de algo sin lugar, sino de una fuerza que mueve la dinámica humana hacia un mundo mejor. Solo los pequeños actos, convertidos en virtudes pueden salvar al mundo de la explotación y de la barbarie; para que en una relación ideal con la tierra sea posible llegar a la plenitud como seres humanos.

[1] Cfr. ST II-IIae q. 141, art. 1. y 3.


Bibliografía:
Aquino, Tomás. Suma Teológica. II-II ae - Cuestión 141. Recuperado en: https://hjg.com.ar/sumat/c/c141.html
Pieper, J. (2010) Las Virtudes Fundamentales. Tercera Edición. Edición electrónica Morgan Editores Trinidad y Tobago. Recuperado en: https://isfdnsfatima.files.wordpress.com/2012/03/pieper-las-virtudes-fundamentales.pdf
Francisco. (2015) Laudato Sí. Sobre el cuidado de la casa común. Carta encíclica. Recuperado en: http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
Valery, Paul. (1990) Teoría poética y estética. Madrid: Visor Distribuciones.



Por: Fray José Ángel Vidal, O.P. y Fray Ramiro Alexis Gutiérrez, O.P.  



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