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Fr. Juan Pablo ROMERO CORREA, O.P.
Un dominico al frente de Boyapaz, la paz se escribe con desarrollo

La historia del occidente de Boyacá se ha escrito a mano alzada; la más visible, es la que surge de la vocación minera que posiciona a este territorio como el lugar en donde se extraen las esmeraldas más valiosas del mundo. Sin embargo, la mayor riqueza de esta región se encuentra en otros frentes: monseñor Luis Felipe SÁNCHEZ APONTE, obispo de la diócesis de Chiquinquirá, suele afirmar que esta vasta región goza de un cielo con aire puro, un suelo con ecosistemas diversos y un subsuelo con esmeraldas. Cada rincón del occidente de Boyacá tiene una historia que contar; por lo tanto, para ser justos con aquellos que han vivido y sufrido esta historia, el presente escrito aspira a ser un reconocimiento por parte de la Corporación para el desarrollo y la paz del occidente de Boyacá – Boyapaz, a los campesinos que han tejido cada uno de los momentos que definen el ser del hombre y mujer de este hermoso territorio.

La provincia del Occidente de Boyacá la integran 15 municipios: Briceño,
Buenavista, Caldas, Chiquinquirá, Coper, La Victoria, Maripí, Muzo, Otanche, Pauna, Quípama, Saboyá, San Miguel de Sema, San Pablo de Borbur y Tununguá con una población de 157.746 habitantes. Geográficamente se extiende por la franja izquierda de la cordillera oriental hasta la cuenca del Magdalena Medio; gracias a su diversidad de climas, es posible encontrar todo tipo de productos que integran lo rural propiamente dicho, y se abre incluso a la explotación de minerales como las esmeraldas y el carbón; así mismo, como parte de una frontera compartida con el municipio de Puerto Boyacá, esta región goza desde el año 2008, de la declaratoria del Parque Natural Regional de la Serranía de las Quinchas, considerado por Corpoboyacá, autoridad ambiental, como el ultimo relicto de selva húmeda tropical del Magdalena Medio y territorio Hotspot para la captura de gas carbónico.

Desde 1960, se tiene noticia de los laberintos de la guerra, conocida por muchos como: las “guerras verdes”. Ciertamente el dominio territorial de las minas de las esmeraldas trajo consigo mucha violencia: el registro no oficial contabiliza 5.000 muertos en esas confrontaciones. Cuando la noche oscura parecía no encontrar fin, los dos bandos en conflicto, comandados por sus respectivos líderes, firmaron un acuerdo de paz en presencia de monseñor Álvaro Raúl JARRO TOBOS, obispo de Chiquinquirá, el 12 julio de 1990.

Si bien la firma del proceso de paz trajo cierta tranquilidad a la zona, en especial a las familias que habían vivido durante mucho tiempo en medio del conflicto, se presentaron nuevas problemáticas que tardaron mucho tiempo en encontrar solución: La guerra verde no sólo dejó un gran número de muertos en la región, sino también, permeó todas las dimensiones sociales tanto en las dinámicas culturales como económicas y políticas: es común que un campesino, que desarrolla una iniciativa con más o menos algunos aciertos a nivel asociativo y con procesos productivos en ascenso, se vista de minero cuando una mina esté “pintando ”.

En efecto, la minería incide transversalmente en las construcciones sociales del hombre y mujer de este territorio, y desde ahí se comprenden todas las aristas que han delineado el comportamiento de la población en las últimas décadas: La explotación de este reglón de la economía puede constituirse en foco de desarrollo, pero del mismo modo, sin las cortapisas de rigor, puede degenerar en el ejercicio de malas prácticas que derivan en la anticultura de la inmediatez, el derroche, el pesimismo, la dependencia, el asistencialismo, el atajo, la desconfianza, la marginalidad, el desarraigo, el miedo y la muerte; la síntesis del caleidoscopio descrito se puede encontrar en la cultura del “patrón-poder”, que como referente de vida, se enquista en la conciencia colectiva e impide que se promueva un proyecto de vida más allá de la realidad de las esmeraldas, derivando incluso en la incapacidad aprendida para proyectarse un futuro deseado sin la sujeción a un tercero que determine los medios para lograrlo; en conclusión, la cultura minera condicionó el ejercicio del libre desarrollo de la personalidad, y al mantener sus hilos invisibles en suspenso, se convirtió en la espada de Damocles con respecto a la construcción de un imaginario de región, que no obstante la variopinta riqueza del territorio, preserva románticamente la ilusión de “enguacarse ” como única alternativa para salir de la pobreza.

Cuando el ruido de la guerra retumba, el primer objetivo que se traza es la fractura del tejido social; la mayor conquista que ostenta es el quebrantamiento de las relaciones, con lo cual se pone en riesgo, no solo la convivencia sino la posibilidad de soñar un futuro compartido; en este escenario, el “otro” es considerado como “enemigo”, por lo tanto, cualquier intento por construir un proyecto de vida se torna inalcanzable.

Es importante mencionar, que las dinámicas propias de los conflictos armados fueron extrañas a la violencia que afectó la provincia del occidente, su comportamiento sui generis tuvo su origen en que, a diferencia de las tradicionales guerras de las guerrillas en donde la contraparte es el Estado y los efectos los siente la población civil, en esta provincia del departamento de Boyacá la confrontación trenzó solamente a los empresarios del momento, constituidos en dos fuerzas con capacidad de hacer daño.

En la historia de la violencia de este territorio, el Estado fue un simple espectador en la lucha por el dominio territorial de una élite poderosa. Por las particularidades del conflicto y la supervivencia de algunos actores relacionados con esta historia, las comunidades se han mantenido en la ignominia: tanto porque no han tenido una participación real en los beneficios del desarrollo económico regional, como porque la reconciliación obtenida, con el proceso de paz de julio de 1990, quedó reducida a un simple anecdotario de un posconflicto irrelevante para los intereses de la agenda nacional. En este contexto se entiende por qué, en el presente video, la lectura del territorio aborde el fenómeno del conflicto desde la perspectiva de la “violencia estructural”, con el fin de reivindicar a aquellos que históricamente han sido invisibles.

En otro momento se hizo evidente la notoria dependencia regional que existe alrededor de la figura del “patrón”, con franca afectación al ejercicio de la autonomía del territorio; en este ámbito, es lógico que con dificultad se promovieran iniciativas asociativas de largo plazo. Ciertamente, en los últimos años, el comportamiento de algunos empresarios del sector minero ha cambiado y permite advertir una transformación en la práctica asistencialista, incluso, asumiendo un rol más proactivo que se anticipa a los requerimientos de desarrollo que demanda la región; así mismo, las entidades territoriales han entendido que la minería es un recurso no renovable y se han propuesto impulsar otros reglones económicos, relacionados principalmente con la activación del agro y el ecoturismo: en estos dos escenarios posibles, los hombres y mujeres del común han sabido anticiparse a la coyuntura de una minería costosa, incapaz de incluirlos a todos en los beneficios de la producción, y se han abierto a un diálogo por la alternatividad del sector, con efectos muy positivos para la región.

Como corolario de lo anterior, cuando los campesinos comprendieron que la tierra también era para sembrarla, se multiplicó la creatividad; ello se percibe en el crecimiento significativo de entidades sin ánimo de lucro conformadas a la fecha, activismo que pone en evidencia el esfuerzo pendiente por “dar el segundo paso” en la realización de un imaginario de paz que desnude las otras realidades que el estigma del conflicto ocultó.

Recordemos que el Occidente de Boyacá tiene otras historias que contar; en otros lugares lo conocen por ser la capital mundial de las esmeraldas, cuando se recorre su territorio se encuentra que su variedad en fauna y flora, sus ríos, la expresión cultural y su gente son su mayor riqueza.

fr. Juan Pablo ROMERO CORREA, O.P.
Presidente de la Corporación Boyapaz

 


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