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¿Cómo se comprometen los laicos hoy?

Llevar el evangelio, salvar al mundo

|  julio 15 de 2020  | POR: FRAY Fabián Leonardo Rueda Rueda, O.P. | 

La Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, ha recibido el encargo de dar a conocer la Palabra de Dios y la buena nueva del Reino a todos los lugares. Esta acción no es solamente el ejercicio de una predicación hablada. La Iglesia también testimonia su mandato en actos concretos de caridad, ya que estos son los que dan cuenta de la presencia real del Espíritu Santo que sigue actuando y sigue salvando. El decreto Apostolicam Actuositatem del Concilio Vaticano II afirma: “la misión de la Iglesia no es solo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el Espíritu evangélico” (AA 5). Dios se ha valido de las facultades y las potencialidades humanas para llevar a cabo su obra en el mundo, por lo cual, el hombre se encuentra unido a un plan de salvación que le lleva a la plenitud de su existencia en la comunión con Dios, con los hermanos, con la creación y consigo mismo.

El compromiso laical en la Iglesia, se funda en la concepción que se tiene del fiel bautizado y su papel concreto tanto en la comunidad eclesial como en su acción concreta en el mundo en donde se encuentra desarrollando su existencia. En efecto, los laicos están llamados a hacer extensivo el mensaje de Cristo a través del testimonio de su vida de fe en la índole secular. Para el dominico francés Yves Congar (1965), el compromiso primario de todos los miembros del Cuerpo de Cristo es el servicio a Dios y la ejecución de su voluntad en el mundo y con los hermanos; afirma: “respecto al compromiso, es decir, a la fidelidad del servicio o prestación, la exigencia consiste en la competencia y la lealtad a las cosas. Servir a Dios en el cuidado de su hogar de sus hijos es sin duda, ofrecer y ordenar todo esto a Dios mediante la oración, pero también, esencialmente realizar bien esa tarea para la cual, como para cualquier cosa, se necesita una verdadera competencia” (p. 531)

De igual forma, la misma institución eclesial organiza y funda diversos movimientos y propicia ambientes en donde se perciba, de forma más clara su acción en orden a lo social. En éstos ambientes, los laicos tienen un compromiso y una iniciativa fundamental. En efecto, para Congar (1964) “el laicado no actuará sobre la estructura del mundo para realizar esta misión de Iglesia que él solamente puede realizar, si no entra verdaderamente dentro del destino del mundo, auténticamente, según su línea profana (lo secular); es, pues, lógica, la creación de organismos de Iglesia que, en substancia, sigan las líneas sociológicas naturales del mundo, y la creación de agrupaciones que permitan tener esta influencia y estas respuestas en el orden profano, en el cual la Iglesia tiene también una misión que ella no puede ejercer sino por medio de los laicos” (p. 285) Allí, es posible impregnar las estructuras del mundo con la acción y la fuerza del Espíritu Santo que han recibido desde el bautismo.

El fiel bautizado tiene un compromiso doble: dentro del ambiente eclesial-espiritual y en la circunstancia temporal. Al respecto, Apostolicam Actuositatem afirma que el laico es “a un tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana” (AA 5). El cristiano da su vida, arriesga todo y se compromete completamente por la causa del Reino de Dios, es decir, anhela que Cristo sea conocido por todos a través de las palabras y las obras. En efecto, el bautizado, por la acción del Paráclito, se siente impulsado a realizar obras de caridad en favor de los más necesitados. De igual forma, ofrece su vida en sacrificio agradable a Dios en la oración y la celebración de los sacramentos. También está llamado a oponerse a las estructuras de pecado que existen en las sociedades, ya que ellas contradicen directamente el plan salvífico de Dios para con los hombres. En últimas, los laicos “tienen un papel activo en la vida y en la acción de la Iglesia, como partícipes que son del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey” (AA 10).

Así, los fieles se comprometen con la Iglesia a través de las diversas formas de vida que llevan en el mundo: como miembros de una familia, como empleados en una determinada acción laboral, como profesionales, como agentes activos de la pastoral parroquial-eclesial, como miembros de asociaciones de caridad y fundaciones que se dirijan a suplir las necesidades materiales de las personas vulneradas, como partícipes de un grupo social, como miembros de un círculo de amigos y de personas cercanas. El compromiso laical que se deriva de la realidad bautismal, debe darse a conocer en todos los ámbitos de la vida cotidiana y espiritual.

El compromiso de los laicos es el mismo de la Iglesia, y el compromiso eclesial se basa en el mandado de Cristo que, en últimas se orienta a la salvación integral de las personas. Congar (1964) afirma: “La misión de la Iglesia es idéntica a la de Jesús en cuanto a su objeto, pero no en cuanto a sus condiciones: salvar al hombre, salvar a todo el hombre, con la inclusión de todo lo que el hombre empeña en la vida del mundo, en la vida social, en la historia” (p. 280) Los laicos tienen una capacidad fuerte para hacer posible este designio de salvación en la vida concreta y en las estructuras sociales en las cuales viven.

Finalmente, en orden a la particularidad del bautizado y su compromiso con las acciones propias que se concentran en la misión eclesial dada por el mismo Cristo, Congar (1964) afirma: “el laico es aquél que trabaja para el reino de Dios, pero sin restar nada de su entrega a lo terrestre; debe servir a Dios, no poniéndose por encima o al margen del matrimonio y de la profesión, sino mediante el matrimonio y la profesión, y en el trabajo. No toma el atajo que toman el sacerdote y el religioso, consagrados únicamente al reino de Dios. Sigue un camino más largo, más difícil, pero que es el suyo, que es su vocación” (p. 283). El fiel se compromete desde su bautismo, a salvar a sus hermanos, guiado por la acción poderosa y efectiva del Espíritu Santo, disfrutando de la existencia y sintiendo que su vida es fruto del amor divino. Se compromete a que todas las personas que están a su alrededor también contemplen la bondad de esta finalidad y experimenten el amor de Dios en sus vidas, en medio de sus dificultades y en las esperanzas.

Referencias
Congar, Y. (1965). Jalones para una teología del laicado. Barcelona: Estela. 3ra edición.
Congar, Y. (1964). Sacerdocio y Laicado. Barcelona: Estela.
Pablo VI (2006). Decreto sobre el apostolado de los seglares Apostólicam Actuositatem. Bogotá: San Pablo.

Sigla usada en este artículo
AA: Decreto del Concilio Vaticano II Apostolicam Actuositatem


Por: Fray José Ángel Vidal, O.P.


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