Por: Fray Ramiro Gutiérrez, O.P. • Fray Oscar Ruíz, O.P.
Tradicionalismo y Secularismo
Introducción:
Al observar la realidad de nuestro tiempo, se puede constatar que hay demasiada polarización en diversos ambientes. Por algún motivo el ser humano, tal vez por facilidad mental, ve en el dualismo una salida fácil para explicar muchas de las realidades de su entorno. Desde las antiguas culturas humanas dentro de sus expresiones religiosas y desde los antiguos filósofos y pensadores se puede ver una contraposición de poderes y valores opuestos: oscuridad y luz, muerte y vida, bien y mal, frío y calor, verdad y mentira. Ciertamente en muchos casos los antónimos tienen sentido y funcionan, pero esto no significa que se puedan aplicar a todas las realidades que rodean a los seres humanos, tanto a nivel interno como externo.
Un claro ejemplo de los problemas que desata la polarización es la política. Cada persona se decanta por una tendencia política, pero lo que se puede observar es la brecha que se abre frente a unas ideologías o sistemas de pensamiento y otros. Testigo de esto ha sido la historia colombiana en su constante lucha entre godos y cachiporros. La política no es el único de los campos donde se ve reflejado esto, también están la economía, la sociedad y la cultura, incluso el deporte, donde los bandos tienden a alejarse el uno del otro más y más.
De igual forma, la religión también se hace partícipe de estas divisiones que parecen enfrentar a dos equipos “totalmente opuestos” entre sí. En la mayoría de las religiones, la diversificación de sus doctrinas y costumbres ha generado grupos o facciones que en ocasiones se han visto enfrentados por cuestiones teóricas y dogmáticas o de prácticas y culto.
El cristianismo, y específicamente la Iglesia Católica, se ha visto envuelta en un sinnúmero de ocasiones en conflictos sobre este tipo de asuntos. Las divisiones siempre han estado a flor de piel desde la constitución de la Iglesia en el colegio apostólico. Vale tan solo recordar el Concilio de Jerusalén para notar las tensiones que han acompañado a los cristianos desde sus inicios.
Cada época ha traído su propia polarización, por ejemplo, con las herejías como por el maniqueísmo. Esta idea de pensar dos categorías completamente opuestas entre sí, donde la una repele a otra, trae unas consecuencias en algunos casos nefastas para la vida de una comunidad. Se puede decir, que últimamente se ha visto de manera cada vez más clara la contraposición de dos posturas dentro de la Iglesia desde el último concilio: el secularismo que tiende hacia la modernidad y el cambio de las costumbres, y una corriente contestataria que procura volver a las formas pasadas, el tradicionalismo. Ahora bien, es necesario definir con mayor precisión a que se refiere cada una de estas categorías.
¿Qué se entiende por tradicionalismo?
Ciertamente, como lo indica su raíz latina, la tradición tiene que ver con aquello que nos es entregado por alguien anterior a nosotros, lo que nos es legado del pasado. En este sentido, el tradicionalismo se podría definir como la corriente o rama que tiende a dar privilegio o adherirse a las normas, costumbres y modos del pasado por encima de los postulados más recientes. En el caso de la Iglesia católica, esta manera de pensar y concebir la religión encuentra gran acogida en algunos grupos específicos, al igual que en algunas personas alrededor del mundo.
Para algunos, esta tendencia frena el avance y modernización de la Iglesia evitando a toda costa la entrada de nuevas voces al contexto eclesial, voces que brinden una perspectiva diferente del mundo y que permitan responder de una mejor manera a las realidades cada vez más complejas que irrumpen en nuestro entorno día a día. Por otra parte, esta corriente aboga por la conservación del patrimonio de la Iglesia a lo largo de los siglos, en especial el espiritual e intelectual, defendiendo la legitimidad de proteger el tesoro que nos han legado generaciones y generaciones de hermanos con el único objetivo de enriquecer la teología y religión cristiana para guiar a los hombres hacia la salvación, es decir, hacia Dios. Además, esta preocupación no solo aplica a las cuestiones de orden más abstracto, sino que también implica la preservación del arte, cultura y estilos que está misma tradición produjo a lo largo de siglos de historia.
¿Qué se entiende por secularismo?
En “contraposición” a esta postura se encuentra otra que clama por modernizar a la Iglesia, sacándola de la somnolencia en la que ha estado sumida por mucho tiempo, haciéndola más cercana al mundo y a la gente. Es posible hablar de una definición exterior a esta corriente, la cual condena el secularismo como uno de los mayores males y perversiones que han podido introducirse en la Iglesia. Las palabras de Juan Pablo II en su libro Cruzando el Umbral de la esperanza[i], enmarcan estas ideas al expresar que lo que procura esta manera de pensar el mundo es separar a Dios de toda realidad pública, social y comunitaria.
Por una parte, se encuentra el secularismo tal vez no como una corriente estrictamente definida dentro de la Iglesia sino más bien como la tendencia a modernizar las realidades religiosas y ponerlas en diálogo con el mundo actual, superando las voces secas y estancadas de las antiguas reflexiones eclesiales y teológicas. Algunos podrán argumentar que esto es un paso necesario para la pervivencia de la Iglesia y el correcto desarrollo de su misión entre los pueblos; para otros esto pone en perjuicio el trabajo acumulado por siglos y siglos de tradición dentro de la Iglesia, llegando incluso a despreciarlo y desecharlo al considerarlo irrelevante en la construcción actual de comunidad eclesial. La mundanización y desacralización de algunas realidades resulta imperativa para algunas personas dentro de la Iglesia. No obstante, los limites nunca están del todo claros.
¿Cómo entender estas dos categorías?
En este sentido, como al inicio, no resulta de ningún provecho ver estas perspectivas desde las categorías del bien y el mal o del acierto y el error, ambas tienen algo que decir y aportar. En la realidad eclesial la diversidad de voces enriquece las reflexiones, las contrapone y cuestiona su validez. En efecto, es necesario el contraste para llegar a conclusiones más serias, objetivas y centradas.
Hay que decir entonces que el tradicionalismo y el secularismo no son una realidad completamente opuesta, sino que incluso pueden pervivir en una misma persona en aspectos religiosos completamente distintos, es decir, alguien puede caracterizarse por una liturgia completamente anclada al tradicionalismo, y tener posturas morales o pastorales que tengan una raíz más secularizada, sin decir, que lo uno o lo otro sea del todo perverso.
Y es así como dentro de las realidades particulares, la diferencia se encuentra también anclada a carismas específicos dentro de la vida consagrada que enmarcan una realidad y sobresaltan una por encima de la otra, o que incluso pueden parecer completamente anquilosadas en el tiempo, y no permitir ninguna nueva reflexión en torno a la eclesialidad, la liturgia, la pastoral y los diversos campos en los que nos encontramos, incluso en medio de la modernización de nuestras realidades.
Entonces, las etiquetas de tradicionalismo y secularismo, que como hemos dicho, no son opuestas como lo es lo sacro y lo secular, o lo tradicional y lo no tradicional pasan a un segundo plano cuando se puede entender que ambas realidades hacen parte de un sentir eclesial que responde a los signos de los tiempos, no solo desde la particularidad desde América Latina, sino en el mundo entero.
Podemos decir entonces que estos juicios ya mencionados se corresponden también en dicotomías planteadas desde la forma de entender el Concilio Vaticano II, y sus implicaciones a nivel litúrgico, moral y doctrinal. Por lo que un juicio exacerbado puede llevar al cristiano a no comprender las realidades de su pueblo y las necesidades que han sido planteadas, esto, para no querer aceptar muchas cosas propuestas, o para entender de una manera laxa aquellas realidades que son en principio la doctrina de la Iglesia, y que por más que se desee no podrán cambiar.
Tal es el caso de las nuevas exigencias de la vida consagrada, y de la vida secular frente a los desafíos que va presentando cada vez más estar inmersos dentro del mundo, la globalización y la inmediatez por medio de la internet, en el que incluso dentro de la celda como originalmente se dice a la habitación de los monjes y algunas ordenes en el que se custodia la oración, ahora se ve envuelta en la misma realidad de las redes sociales, sin limitar el espacio que se tiene para lo verdaderamente esencial. La pregunta empieza a ser entonces, ¿cómo se asumen esos valores desde la esencia de la vida consagrada?
Para poder responder a esta pregunta, se plantea que, en medio de una sociedad secularizada, los medios de la predicación y de la vivencia del Evangelio han de ser puestos en práctica dentro de las mismas realidades del mundo, asumiendo ya de por sí, que nuestra consagración tiene parámetros innegociables, por lo que la acción del Espíritu Santo se manifiesta en la necesidad de la oración y la comunión con la Iglesia. Tal es el caso del “monacato secular” ideado por el escritor y sacerdote español Pablo D´ors, en el que según sus propias palabras sería:
Un monacato compatible con la secularidad, hasta el fondo. Es decir, no solamente compatible con la vida laboral, sino también con la vida matrimonial y familiar. Y esto ya son palabras mayores porque, hasta ahora en la Iglesia la consagración monástica no era compatible con consagración matrimonial. Y queremos hacer esta propuesta no porque se nos ocurra, sino porque hay personas que lo viven así.[ii]
Esto es posible, si se entiende que las realidades eclesiales exigen nuevas formas de consagración dentro de un mundo completamente secularizado, es decir, alejado de Dios, pero que como alternativa se emplea la cristianización de esas realidades dándoles un valor que nos encaminen sobre todo a una vida de oración y comunión con la iglesia, haciendo validas ya las distintas vocaciones a las que hemos sido llamados, a saber, la vida laical en soltería, al matrimonio, a la vida consagrada en sus distintas perspectivas, a la vida sacerdotal, pero sobre todo a una vida Cristiana.
[i] https://mercaba.org/JUANPABLOII/Juan%20Pablo%20II-Cruzando_el_umbral_de_la_esperanza.pdf
[ii] https://jesuitas.lat/redes-sociales/noticias-cpal-social/2866-pablo-de-ors-las-formas-tradicionales-de-la-iglesia-no-responden-a-la-sensibilidad-y-al-lenguaje-contemporaneos-2962
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