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Fuego (4/5)

|  marzo 22 DE 2020 • Fray Rodrigo Rivero Gutiérrez, O.P.  |

Año 1 millón a.C. Un reducido grupo de Homo erectus ha podido por primera vez en la historia controlar un elemento natural que les causaba pánico, el fuego.  En las terribles tormentas, cuando los rayos azotaban iniciando una quema descontrolada, ellos tenían que esconderse en las cavernas o huir. Sin embargo, poco a poco fueron perdiendo el miedo, y aquello que era una amenaza se convirtió en una ventaja una vez aprendieron a controlarla. El hecho de poder dominar el fuego les permitió protegerse de otros peligros como lo eran los depredadores y les ayudó hasta mejorar la absorción de proteínas e hidratos de carbono que proporcionó la cocción de alimentos.  Aún más, con el fuego llegó el dominio de la ‘luz’ que este genera; una vez tuvieron acceso a este elemento pudieron extender sus jornadas a las franjas nocturnas, el día ya no se acababa al caer el sol, la oscuridad también fue domada. He aquí un paso gigante en la evolución cultural.

Otro paso gigante en la evolución de la humanidad lo evidenciamos en el evangelio para este cuarto domingo de cuaresma, la curación de Jesús a un ciego (Jn 9, 1-41). Aquel hombre que nació con ceguera, quien fuera despreciado por el gremio religioso, aislado por los suyos al sufrir una enfermedad producto de algún pecado y por ende destinado a sobrevivir de la lástima, al encontrarse con Jesús pudo ver la ‘luz’ por primera vez. Una luz sanadora que aunque le permitió ver, no fue suficiente para hacerle entender quién era aquel que le había curado. Pues al principio dijo que su intercesor era “ese hombre que se llama Jesús” (v. 11). Después, cuando escucha la conmoción generada por su sanación dice “que fue un profeta” (v. 17). Acto seguido afirma que “no sabe si ese es un pecador o no, solo que lo sanó” (v. 25). Y solo hasta el final de la escena, cuando a pesar de tener vista como los demás, sigue aún siendo repudiado y repelido por todos, incluso sus propios padres, es cuando se reencuentra con Jesús y le confiesa: “Creo, Señor” (v. 38), alcanzando además de la ‘sanación’, nada más ni nada menos que la ‘salvación’. El fuego y la luz que el Nazareno trae no es solo para esta vida, también para la eterna.

Los Homo Erectus y el ciego de nacimiento nos enseñan que bajo las amenazas de la oscuridad, ya sea natural o producto de una enfermedad, no debemos asustarnos sino todo lo contrario, tenemos que tratar de dominar nuestros miedos para que se convierta en una ventaja ante los demás. En estos días de pandemia, mientras algunos tendrán pavor de enfermarse, a otros les generará mucha más ansiedad, estrés y depresión el hecho de perder la libertad por el aislamiento preventivo, llegando incluso a sentirse en prisión domiciliara. Por lo tanto, está en nosotros, los seguidores del Maestro, aplicar las enseñanzas de nuestros antepasados y poder ‘ver’ en la ‘oscuridad’ de los hogares una oportunidad de reencuentro con nuestros familiares, con el dolor de los demás, con nosotros mismos, en suma, con el Nazareno, la luz del mundo (v. 5). ¿Aislamiento preventivo obligatorio o prisión domiciliaria? Tú decides, !domina a la oscuridad!