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Justicia, paz y profetismo. Piedra angular de América Latina

|  marzo 10 de 2023  |

Monseñor Romero basó siempre su predicación en su tierra natal, dentro de América Latina, en El Salvador, a partir de dos elementos fundamentales que responden al contexto en que le correspondió seguir a Jesús, su mensaje siempre fue un llamado a la conversión y a la paz. Por eso mataron al profeta.

Hoy es claro que un elemento fundamental para toda sociedad contemporánea es la administración de justicia. Sin embargo, el límite entre la justicia y la venganza es muy pequeño y en algunas sociedades, donde la crueldad es el pan de cada día, es sencillo que se confunda la venganza con la justicia y además, se aproveche dicha confusión por parte de algunos “líderes” oportunistas.

El evangelista hoy pone en boca de Jesús una condena clara dirigida a los sumos sacerdotes y a los fariseos: “se les quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos”. Es una condena fuerte y determinante en el rumbo del proyecto del Reino. Una condena tan directa que incluso los mismos sacerdotes y fariseos comprenden inmediatamente; una referencia que los hace sentirse señalados por el que la gente tiene por profeta.

Jesús no es un hombre tibio, habla de forma diáfana y deja en evidencia la historia transcurrida y el rechazo constante a los profetas por parte de los que han ostentado el poder. Además, es gracias al Hijo que conocemos al Padre y nos damos cuenta que no estamos ante un Dios neutral que se cruza de brazos cuando su creación sufre. Estamos ante un Creador que se presenta en la historia para encarnar lo que puede significar justicia y misericordia.

Tradicionalmente hemos escuchado que la justicia consiste en “dar a cada quien lo que le corresponde”. Aunque se trata de un concepto que hoy se puede quedar corto, es una forma simple para explicar un tema tan complejo. Empero, a pesar de la supuesta claridad conceptual, es muy difícil saber lo que es o no justo en un caso concreto, y esto conlleva a que casi siempre se den insatisfacciones frente a decisiones de los tribunales.

El caso que presenta el evangelista en la parábola es simple cuando se ve desde los ojos del narrador. Sin embargo, todo cambia cuando somos nosotros los que fallamos, ¿cuántos de nosotros dejamos de hacer lo que se nos pide cuando pareciera que el dueño del terreno no está? ¿Cuántos hemos murmurado en contra de aquel que viene en nombre del dueño a supervisar el trabajo? y, a pesar de nuestros actos ¿cuántos aceptaríamos un castigo producto de nuestros actos?

En la tierra de Romero, no muy lejos de aquí, hoy van más de 170 muertos y cerca de 58.000 personas detenidas, incluyendo unos 1.600 niños, todo por cuenta de la búsqueda de venganza disfrazada de justicia. Un administrador está haciendo lo que muchos le aplauden sin detenerse a pensar en el valor de cada ser humano y del carácter inviolable del más preciado de sus bienes, la vida misma. Se les olvidó el mensaje del profeta.

El Dios de Jesús es un Dios que toma partido por el débil, por los oprimidos. El Señor nos da oportunidades y nos llama a trabajar en pro de la construcción del Reino. Pero es un dueño celoso que pide cuentas de la administración y espera que las cuentas se den en favor de los que menos oportunidades tuvieron. Jesús nos mostró a lo largo de su vida que la justicia no se debe dar en detrimento de los necesitados, sino que precisamente aquellos que son desechados, son los más importantes. Son ellos piedra angular del reino.

Estamos en la tierra de Romero, escribo desde América Latina. Sin embargo, estamos rodeados de violencias que exigen nuestra intervención, violencias de muchos tipos que exigen que se predique la justicia. Jesús de nuevo nos preguntá: “¿no habéis leído nunca las Escrituras?”; nos advierte nuestra responsabilidad de bautizados.


Fray Andrés Julian Herrera Porras, O.P.


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