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(5/9) Dará a luz un hijo y le pondrá por nombre… SEÑOR

|  diciembre 20 DE 2019 • Fray Hernán Arciniegas Vega, O.P.  |

El cristianismo se ha levantado desde sus inicios como un problema frente al gobierno y la soberanía. Y es que, en el fondo, su comprensión de la realidad es subversiva en la medida en que reconoce una única autoridad y, por tanto, las demás pasan sólo a ser relativas respecto a ésta. Así, tanto imperios, reyes, gobernantes, leyes (impresiones externas) e incluso los propios deseos internos e individuales (tener, placer, poder) pasan a quedar en un segundo plano cuando se reconoce al auténtico Señor.

Durante la existencia humana, la persona va reconociendo modelos de autoridad, convirtiéndolos en motivos y mediaciones de su obrar. De esta manera, usualmente reconoce a sus padres como guías en su etapa de desarrollo, luego se asimilan y asumen las normatividades sociales y, simultáneamente, va descubriendo en su vida un deseo por el cual esforzarse, ejemplo de éstos son el placer, el tener y el ejercicio del poder. Estos catalizadores externos y estímulos internos se van estableciendo como los señores, soberanos del obrar humano.

En este caminar de la persona se identifica a modo de intención del obrar: o el deseo del bien común o, como se patenta en múltiples dimensiones, un deseo egoísta que no encuentra reparo en pasar por encima de los otros y de lo otro (como la explotación insostenible de los recursos naturales) para la afirmación de sí mismo. Múltiples ‘señores’ se presentan como los soberanos de la vida de los hombres y, en cierta manera, cada uno se va legitimando como la razón fundamental de éste, sobre todo, al tratarse de los motivos internos.

El título cristológico que se medita en este día de la novena recuerda la centralidad de la vida del cristiano, quien reconoce en Jesús como “Señor de los señores” (1 Tim 6, 15; Ap 17, 14; Dt 10, 17). La comunidad cristiana primitiva identificó a Jesús como el ‘Señor’, el mismo título con el que en el Antiguo Testamento (Adonay Kirie) se refería a Dios, a Yahvé, el soberano creador de cuanto existe. El cristianismo confiesa a Jesús como el ‘Señor’ radical, pues por Él todo fue hecho, y sin Él nada se hizo (cf. Jn 1, 3), “todo ha sido creado por medio de Él y para Él” (Col 1, 6), de ahí que Jesús sea “Señor de vivos y muertos” (Rm 14, 9). Este título de ‘Señor’ entraña la profundidad de la radicalidad cristiana, pues Él marca el paradigma del creyente.

San Pablo, en la epístola dirigida a los cristianos en la ciudad griega de Filipos (Flp 2, 5-11), les incita a no perder de vista este aspecto tan especial: «Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo:

El cual, siendo de condición divina,
no reivindicó su derecho
a ser tratado igual a Dios,
sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de esclavo.

Asumiendo semejanza humana
y apareciendo en su porte como hombre,
se rebajó a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó
y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre.

Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en los cielos, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua confiese
que Cristo Jesús es el SEÑOR
para gloria de Dios Padre».

Se trata del Señor que se muestra humilde, servidor y obediente al Padre. De manera que, si Jesús es el ‘Señor’ del creyente, éste se enmarca en la dinámica vivida y querida por Jesús. Si Jesús, el Señor, ha lavado los pies; el creyente que reconoce a Jesús como su Señor, ha de continuar el camino mostrado por su Señor. En últimas, el creyente es impulsado permanentemente a obrar como su Señor. El punto de referencia principal del cristiano es su Señor, en quien descubre el sentido de la vida y existencia humana.

El niño de Belén, a quien se canta ‘ven, ven Señor, no tardes’ en el adviento, es la imagen tierna de Dios que atrae a los hombres y mujeres con los lazos del amor divino. Es el niño que desarma y destrona del corazón humano los falsos ‘señores’, para tomar Él su legítimo lugar. El niño Dios es el signo patente que el Señorío Divino está en lo sencillo, en lo humilde, en lo esencial de la vida, en el despojarse para interactuar, siendo susceptible tanto al sufrimiento como a las caricias (al amor en sus distintas formas), y para entregarse por los demás en calidad de servicio. Se trata del niño-Dios-SEÑOR que rompe los esquemas de poder, placer y tener del mundo. Es la destrucción del gobierno y la soberanía del orgullo, individualismo, dominación, avaricia, deseo de afirmación sobre los demás y lo otro. Es la semilla de la reconciliación, justicia, paz, cooperación y salvación en las relaciones con la naturaleza, el prójimo, consigo mismo y con Dios.

Divino niño Jesús,
Señor del cielo y de la tierra, de vivos y difuntos,
te suplicamos que en esta navidad tomes tu lugar en nuestros corazones.
Ven a reinar en nuestras vidas,
permítenos descubrir lo esencial de la vida
y a ubicarnos como tus servidores, no como falsos señores.
Niño de Belén, Señor que nace en un humilde portal,
atráenos con tu tierno amor,
a dejar crecer en y entre nosotros tu reinado celestial.
Amén.