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Séptimo Domingo de Pascua

|  mayo 24 de 2020  | Por: Fray Jhonny Ochoa, O.P. | 

Mateo 28, 16-20

Desde la opinión del filósofo Baruch de Espinosa hay acontecimientos de los cuales podemos aprender aunque hayan sido o sean impactantes y, si es así, si sobre los mismos concluimos una enseñanza, estos en realidad son necesarios. Partiendo de esta referencia encontramos tres aspectos fundamentales en la narración del evangelio: la Ascensión como dimensión de la dignidad humana, la familiaridad mediante el bautismo, el envío a predicar y comunicar la humanidad de Jesús.

La Ascensión no describe un evento separado o mágico, forma parte de un solo acontecimiento: la vida de Jesús. El avance de la teología nos permite entender que Dios no está arriba o abajo, sino en el hombre y, que es así como este acontecimiento se hace efectivo cuando la humanidad es denigrada, omitida, defraudada por la injusticia y la violencia, y únicamente mediante la acción de Jesús asciende la dignidad del ser que sufre.

La importancia del bautismo está en la construcción de familia, su objetivo es la fraternidad y mediante él se da en el ser humano la muerte del egoísmo. Su énfasis no son los pecados y los errores del hombre, ya que Jesús no condena, él sana, repara, procura que cada seguidor suyo sea pleno, digno y libre en su vivir. Por eso, la finalidad del envío no se halla esencialmente en indicar una legislación doctrinal sino una forma de vida, de actuar, una ética que se basa en el servicio a quien esté a nuestro lado sin importar credos, razas, géneros y demás adjetivos, de modo que solo asciende el que desciende para servir.