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PULMÓN de la Humanidad: Un sueño Ecológico (2/9)

|  mayo 23 de 2020  | Por: Fray Wilmar Yesid Ruíz, O.P. | 

“Y dicho esto, sopló y les dijo: Reciban el Espíritu Santo” Juan 20,22.

La palabra pulmón viene del griego πλεύμων (pleumon), variante de πνεύμων (pneumon), cuya expresión deriva del verbo πνéω (pneo), que significar respirar. Precisamente, el término que utiliza el evangelio de Juan en griego (el idioma original en el que se escribió), para referirse al Espíritu es πνεῦμα (pneuma), lo cual quiere decir que hay una estrecha relación entre Espíritu, pulmón y el acto de respirar. 

  1. Espíritu-pulmón. La función de los pulmones en el organismo es el intercambio gaseoso con la sangre, es decir, al inhalar, introducimos oxígeno que va a ser llevado a las células de todo el cuerpo; y al exhalar, los pulmones eliminan dióxido de carbono, que es un producto de desecho de las células. El Espíritu de Jesús Resucitado obra en el ser humano, que se abre a esa acción, ese intercambio vital para llevarnos a la plenitud como humanidad: lleva vida a todo el cosmos, y nos impulsa a desechar la muerte, el odio, el miedo y la desesperanza.  

En ese mismo sentido, la exhortación post-sinodal “Querida Amazonía” del papa Francisco ha insistido en que la selva amazónica constituye el pulmón de la humanidad, un pulmón que como pasa cuando es afectado por el COVID 19, sufre de neumonía, por la crisis ecológica provocada por los incendios, la sobreexplotación, los agro-negocios, los agro-tóxicos y la entrega de toda esta riqueza natural a las empresas multinacionales. Necesitamos un nuevo pentecostés para el Amazonas. Todas nuestras selvas han de sanar, reforestar y devolver la vida a nuestros ecosistemas. Es urgente que entendamos que no somos el centro de todo, sino parte de un todo, que lo importante no es dominar/poseer, sino relacionarse/dar; donde vivir no es consumir, sino compartir; donde la tierra no es un instrumento inanimado y explotable sin límites, sino un ser vivo, generador de vida, que debe ser cuidado y querido, porque ella nos cuida y quiere.

  1. Espíritu-Respirar. Respirar es el acto de llevar aire a los pulmones. La acción del resucitado, en el evangelio que acompaña esta reflexión, indica que resurrección y pentecostés son un solo acontecimiento: recibir el soplo de Jesús, que oxigena la “vida muerta” y la existencia infectada como un pulmón que ya no tiene aire para funcionar. ¡El aliento de Jesús nos impulsa a vivir, más que nunca en estos días cuando valoramos no tener dificultades para respirar, para sentir el aire en nuestros pulmones! Para un enfermo de coronavirus es como volver a la vida, estar curado. Con este gesto Jesús nos da su Espíritu, nos comunica una vida nueva, nos empuja a hacer funcionar el pulmón de nuestra existencia, para salir de nosotros y hacer lo que Él hace: dar vida.

Dar vida, oxigenar nuestro planeta, es también devolvernos la vida, pues, la Amazonia y nuestras selvas, mas allá de ser el pulmón de la humanidad, son un gran filtro de dióxido de carbono. Es lo que sucede en el proceso de fotosíntesis, en el que se absorbe gran cantidad de carbono. El dióxido de carbono constituye el principal causante del efecto invernadero que calienta la tierra (en los últimos 100 años aumentó un 25%). Si la Amazonía fuese totalmente deforestada, serían arrojadas a la atmósfera cerca de 50 mil millones de toneladas de dióxido de carbono al año. Habría una “masacre” en masa de organismos vivos.

Oremos:

Resurrección,
Espíritu de Dios
el poder de tu amor corre por mis venas
y hace arder mi vida donándola a los demás.
Pentecostés,
dar vida a quien nos da vida: nuestra madre tierra,
cuidar a quien nos quiere: madre tierra
amar a quien nos ama: madre tierra.
Espíritu de Dios, quiero ser pulmón que expulse el odio, el miedo y la muerte,
y que dé paso a la vida en abundancia que proviene de ti.
Espíritu de Dios, impúlsame como Jesús
a hacer respirar este planeta que muere lentamente.

Amén.