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Viernes Santo: “Con el agua al cuello”

|  ABRIL 10 DE 2020 Fray Pedro José Díaz Camacho, O.P., decano de división en la Universidad Santo Tomás de Aquino, Bogotá. |

“¡Sangre, sangre!” Gritaba Santa Catalina de Siena en sus éxtasis místicos contemplando el misterio de la sangre de Cristo que lava nuestros pecados. Pilatos se lava las manos con agua ante la muchedumbre deseosa de sangre, para disimular su cobarde indecisión. Nosotros, quienes hemos sido lavados y purificados en la sangre del Cordero sin mancha, nos encontramos rodeados de manos manchadas con sangre, habitamos un entorno histórico y social rico en violencia sin tregua, de muertes inocentes, de ajustes de cuentas, de venganzas implacables; vivimos en un pueblo que se ha ido acostumbrando a sobrellevar las situaciones de “sangre, sudor y lágrimas” con una paciencia digna de mejores causas. Es por eso que aún hoy Jesús continua derramando su sangre, particularmente en quienes, de distintas maneras, se desangran todos los días y sobretodo en los misterios de su cuerpo y de su sangre que nos purifican dándonos nueva vida.

No podemos seguir desentendidos ante la sangre derramada en la cruz y en los crucificados de todos los tiempos, ni lavarnos las manos con agua y jabón para evitar o atenuar el contagio del virus que nos amenaza y nos cerca, sin tomar conciencia de todos los males que nos inventamos para afligir a los demás con nuestras obras, omisiones, palabras, actitudes y egoísmos. La sangre derramada en la cruz es un baño’ que nos purifica y un ‘llamado’ a cuidar la vida simbolizada y garantizada en la sangre que circula por nuestros cuerpos, es una ‘fuente de vida’ para los que creen y aceptan el mensaje de Jesús crucificado.

El relato de la Pasión de Cristo, en la versión del Evangelio de San Juan, que corresponde a este día litúrgico (Jn. 18, 1 – 19,42, que inicia con el prendimiento de Jesús en el huerto hasta su sepultura), encierra una gran riqueza teológica que nos invita a dejarnos impregnar en la sangre redentora del Crucificado manteniendo la esperanza de la nueva vida que brota del costado de Cristo, que lava nuestros pecados y los pecados del mundo, puesto que el sacrificio de la cruz se ofreció por todos los hombres y por todos los pecados del mundo. Esta fuerza salvadora de la sangre del Crucificado no nos puede dejar desentendidos, a los que hemos sido lavados y purificados por el agua y el Espíritu en las fuentes del bautismo, a fin de que la abundancia del pecado no sea como estar “con el agua al cuello”, sino con la vida renovada en Cristo que nos libera del torrente de males que nos amenazan y agobian.

Que la esperanza y la alegría de la Pascua que se avecina generen vitalidad nueva en cada uno y en todos los que creemos en la fuerza renovadora de la sangre del Crucificado que lava, no solo nuestras manos, sino nuestro cuerpo y nuestro corazón que palpita con el soplo del Espíritu. Al celebrar nuestra fe, especialmente en la liturgia eucarística, seguimos anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor, hasta que vuelva.