LA FE, PUPILA DEL ALMA, del libro de las Lamentaciones 5, 1-22.
El lavado de los ojos puede ser doloroso si no lo hacemos con el debido cuidado que ellos requieren, esto nos indica que son delicados y exigen ser tratados todo el tiempo con le debida atención ya que son indispensables para ver.
El ojo, por su parte, se compone de muchas partes importantes –cornea, iris y pupila-, pero por ahora solo me detendré en la ‘pupila’, porque es ella la que permite regular la luz con la que fija la distancia y la iluminación ambiental, vive en constante cambio para dar precisión a lo que percibimos y deseamos conocer. Si la comparamos con la vida espiritual, nos vamos a encontrar que también ésta tiene su propia pupila, la virtud de la Fe. Esta virtud espiritual es considerada por grandes místicos como Santo Tomás de Aquino, San Agustín de Hipona, el beato Enrique Susso; y la maestra Santa Catalina de Siena como la ‘pupila del alma’, a través de la que se hace fácil contemplar y vivir el misterio pascual de Cristo.
Solo a través de la ‘pupila de la fe’ podemos comprender el relato de la pasión y resurrección, no como un hecho histórico en un momento y espacio determinado, sino como realidad actual –preexistente, eterna y trascendente-, que viven muchos seres humanos, desprovistos de su dignidad de personas, que sufren diariamente el azote de nuestra sociedad carente de amor hacia el otro, sin tener en cuenta su condición social y es aquí cuando nuestra lente o pupila del alma –la fe– falla, está capacitada de la luz tenue que no dimensiona que fuimos creados para encontrarnos y amarnos; es por ello que debemos dejar que la Pascua de Cristo nos permee para que la pupila de la fe vea la verdadera luz que ilumina con total claridad el desamor con que a veces vemos a los otros. Esa misma ‘pupila de la fe’ nos permite regular la luz del Espíritu de Dios para poder conocer la verdad del amor en el misterio de la pasión de nuestro amado Señor Jesucristo. Por ella, también podemos ver, meditar, reflexionar, y optar por la caridad para hacernos hombres y mujeres virtuosos, hacedores de la verdad.
En palabras de santa Catalina de Siena, este lavado doloroso –purificación- de los ojos, refleja la delicadeza que poseemos y con la cual debemos cuidar nuestras almas, pues es el lente que nos enfoca para hacernos conscientes de que somos frágiles y necesitados de la verdadera luz de Dios, su Espíritu. Es por eso que en estos momentos en los que el mundo está detenido, casi como en una súper cámara lenta (teniendo en cuenta que vivimos a un ritmo tan acelerado) y lo único que escuchamos son solo lamentaciones, necesitamos agudizar la pupila de la fe en el Espíritu; así pasaremos de un estado de lamentaciones vacuas, las cuales nos hacen sentir que nos “ahogamos en un vaso de agua”, a unas lamentaciones de fe que limpian el pecado estructural, omisor y transgresor de la dignidad humana (Cfr. Lm 1, 8-9), a poder mirar más allá de nuestras narices, pues quien iluminado por la luz de Cristo no vive en lamentación constante por las vicisitudes que proporciona el camino del mundo y de la vida, sino que rápidamente acude a la gracia de la Fe, que nos muestra la luz adecuada para mitigar cualquier sufrimiento.
Es mejor tener especial atención en la vida de virtud, la vida de fe, para que no quede obnubilado el entendimiento y no nos suceda como a Simón el bobito que “pescaba entre un valde solito”.