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Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo

|  noviembre 22 de 2024  | Por: Fr. Stiven Giraldo Zuluaga, O.P. | 

Apreciados hermanos, ¿nos hemos convertido en reyes para dominar o para servir? Hoy, ante la propuesta del Evangelio y de la gran solemnidad con la que concluimos el tiempo ordinario, la de Nuestro Señor Jesucristo, rey del universo, quiero invitarlos a reflexionar sobre nuestra realeza, a partir de la realeza de Cristo, y lo que estamos haciendo con ella. Por eso pedimos la presencia del Espíritu Santo para que nos acompañe y asista. Ven Espíritu Santo.

Queridos hermanos, recordemos que, dentro de la concepción judía, la presencia de los reyes en cierto momento de la historia, fue de vital importancia en la consolidación de la identidad del pueblo escogido por Dios, pues fueron quienes lideraron al pueblo de Israel en su camino hacia la restauración de su esperanza después de la salida de Egipto. Empezando desde Roboán en el reino de Judá y con Jeroboám en el reino de Israel en el año 931 a.C, y terminando con Sedecías en el año 587 con el exilio a Babilonia. Los reyes en Israel representaban una realeza política y gentil, encontrando en ellos, en la mayoría de veces, líderes que acompañaban al pueblo en su historia personal y comunitaria en medio de sus aciertos y desaciertos. Sin embargo, esta realeza política era superada, para los judíos, por la realeza divina de Dios, de Yahvé, a quien descubrían como el rey de Israel, como el Dios guerrero que siempre los estaba acompañando en medio de sus resistencias ante los pueblos enemigos.

Estas dos concepciones de la realeza: por una parte, la comprensión política y genial de un rey, y por otro lado, la comprensión religiosa de Dios como rey de Israel son las que se presentan en este evangelio que hemos escuchado.

El evangelista san Juan, nos presenta el apartado sobre la pasión, y a su vez, el proceso de juicio de Jesús ante Pilato, quien irónicamente lo proclama como rey de los judíos. En este momento queridos hermanos, solo quiero detenerme ante la pregunta de Pilato a Jesús y la respuesta que el Hijo de Dios le da a este hombre, en donde podemos encontrar las dos concepciones de realeza reflexionadas anteriormente:

En aquél tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?; los sumos sacerdotes y alguna parte del pueblo judío estaban acusando a Jesús de considerarse un rey político dentro de la región, un rey que probablemente podría estar poniendo en inestabilidad la unidad del imperio romano y de las regiones en donde él había influenciado. Jesús es presentado como un rey material, como un rey con peligro de dominar, de hacer daño al estado, de dividir, e incluso de generar una revuelta en contra del imperio. De esto se le acusa, de ser un rey gentil y meramente social en medio de un imperio que deseaba tenerlo todo controlado. Irónicamente, queridos hermanos, se le acusaba de ser el rey de un pueblo que no lo aceptaba en su totalidad como un líder político; seguramente sí como un revoltoso, pero no como un rey unificador de las necesidades del pueblo judío. En este contexto, nos podemos preguntar ¿sí lo aceptamos como el rey pacificador de nuestra vida religiosa y de nuestras comunidades?

En medio de este interrogatorio, Jesús responde: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.» Jesús contradice la concepción de rey político que hubiesen podido tener de él, justificando la ausencia de guardias. En contraposición a ello, Jesús se reconoce como rey, del mismo modo como lo era Dios para el pueblo de Israel. Si Dios era considerado el Padre y rey del pueblo judío; Jesús se auto reconoce como el unigénito en donde reposa la realeza divina de Yahvé, que no tiene otro sentido que ser testimonio de la verdad. Esta es la mayor corona de Cristo: ser testigo de la verdad, la verdad recibida de Dios y manifestada en la búsqueda de hacer de todos los hombres uno con él y con el Padre.

La realeza de Cristo no tiene otra investidura fuera de la de hacer la voluntad de Padre en medio de todo el pueblo que es amar y dejarse amar, que es poner a todos los hombres en relación con Dios, invitándonos a descubrir que nuestro corazón tiene dueño, que hemos sido creados y redimidos por su Amor, reconociéndolo como Rey y Señor de nuestra vida.

Queridos hermanos, si esta es la corona de Cristo, el Rey de reyes, el Señor de señores, el rey que no ha venido a dominar sino a servir, ¿por qué a veces con nuestra condición de reyes bajo la dignidad de hijos de Dios y por la gracia recibida en el bautismo, buscamos dominar e imponernos por encima de servir a Dios y a su Iglesia a través de nuestra misión de Predicación?

Hoy, debemos ser conscientes de nuestra realeza con el fin de servir, ayudar a los más necesitados, amar a nuestros hermanos, reconstruir la dignidad de quien la ha perdido, y, sobre todo, hacer que todos los hombres se unan con Cristo y con el Padre como parte de nuestro peregrinar en esta tierra.

Que esta fiesta nos permita reconocer en Cristo su realeza divina en medio del universo entero, pero más importante aún, reconocer la nuestra al servicio de los demás, de nuestra comunidad, de la Orden de Predicadores y de la Iglesia. Un verdadero rey no es quien ordena, manda, dispone o domina; un verdadero rey, al estilo de Jesús de Nazaret es un hombre que reconoce la realidad del mundo, y a partir de ella se esfuerza por mejorarla en todas las dimensiones posibles, a partir de todos los medios existentes y con la ayuda de sus hermanos.

Seguramente a veces nos llama la atención ser reyes políticos, que nos rindan homenaje, culto, que seamos el centro de nuestros ambientes de trabajo, estudio e incluso de comunidad; pero este reinado superficial pronto acabará; porque el Señor derriba del trono a los poderosos, y enaltece a los humildes, a aquellos que reconocen que su verdadera realeza, su verdadera soberanía se encuentra cuando se compadece con misericordia de las necesidades del otro, del mismo modo como Cristo proclamó y vivió la misericordia ante el pobre, el indigente y la viuda. Hoy, cuando estamos rodeados de un mundo mediático y fugaz, debemos comprender que nuestra verdadera misión no está en que nos sirvan y nos rindan pleitesía; sino en servir a través de nuestro estilo de vida como consagrados a Dios bajo el ideal de nuestro padre Domingo de Guzmán.

Que sea María Santísima quien interceda por nosotros ante Dios, y que nos asista con su maternal protección y cercanía, para que junto a ella podamos estar siempre dispuestos a las necesidades de los demás, y de esta manera, obtener la corona y la investidura perfecta de la realiza y el reinado que no se marchita: la salvación de nuestra alma y la de los que nos rodean. Amén.


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