La forma exterior del bienaventurado Domingo era así: mediana estatura, delgado de cuerpo, rostro hermoso, un tanto bermejo, cabellos y barba suavemente rubios, ojos bellos. De su frente y de las cejas salía cierto resplandor, que seducía a todos y los arrastraba a su amor y reverencia. Siempre estaba con semblante alborozado y risueño, a no ser cuando se encontraba afectado por la compasión de alguna pena del prójimo.
Tenía largas y elegantes manos y una gran voz, hermosa y sonora. Nunca fue calvo, y conservó siempre el cerquillo íntegro, entreverado de algunas canas".
Su ecuanimidad era inalterable, a no ser cuando se turbaba por la compasión y misericordia hacia el prójimo. Y como el corazón alegre, alegra el semblante, la hilaridad y benignidad del suyo transparentaban la placidez y equilibrio del hombre interior.
Durante el día, nadie más accesible y afable que él en su trato con frailes y acompañantes. Por la noche, nadie tan asiduo a la vigilia y la oración... Todos los hombres cabían en la inmensa caridad de su corazón, y, amándolos a todos era de todos amado.
Nace en una familia de santos y de caballeros, frecuenta la universidad en donde sobresalió por su inteligencia y dedicación, con un corazón generoso para con los pobres hasta llegar a vender sus propios libros para socorrerlos. Sacerdote celoso e inteligente; un apóstol de la verdad y la caridad.
Su conversación era agradable y sabia. Tanto sus palabras como sus obras lo manifiestan siempre como un verdadero apóstol.
"Religiosam Vitam" del Papa Honorio III, fechada en Roma el día 22 de diciembre de 1216 por la que se confirmó la Orden de Predicadores.
Y, en primer lugar, ciertamente establecemos que la Orden canonical, que está allí instituida según Dios y según la regla de San Agustín, se mantenga y guarde en el mismo lugar en todos los tiempos de manera inviolable.
A los Frailes Predicadores la fiesta de Pentecostés nos recuerda la decisión tomada por nuestro padre Domingo, en los albores de la Orden, de dispersar a los pocos frailes que lo seguían enviándolos a predicar, a estudiar y a fundar conventos, dando origen así a su expansión por todo el mundo.
La historia de los orígenes de la Orden nos da cuenta de la pronta expansión misionera y del gran crecimiento vocacional originado con esta decisión de Domingo tomada en aquel Pentecostés.
La siguiente aproximación cronológica nos ayudará a obtener una visión general e introductoria de la vida de Santo Domingo y de los orígenes de la Orden de Predicadores.
Caleruega, en el corazón de Castilla, ve nacer a Domingo en el cristiano hogar de Félix de Guzmán Y Juana de Aza. Él es un guerrero valeroso y un leal vasallo del rey; ella un modelo de nobleza y de virtudes. Sus padres son su primera guía y los iniciadores de una maravillosa vocación. Domingo es el tercero de tres hermanos. Un tío sacerdote le enseña las primeras letras y lo inicia en su formación cristiana. Su juventud es la de su tiempo: llena de ideales nobles, buenos augurios y grandes esperanzas.
Domingo comienza su formación intelectual a nivel universitario. Se manifiesta como alumno aventajado y despierto por sus dotes e inquietudes. Su misión en la iglesia le exigirá mucha sabiduría y una santidad sin medida. Domingo educa su recio carácter y su mente lúcida. A la vez va conociendo a los hombres de su tiempo en sus necesidades y preocupaciones. Su sensibilidad social y apostólica se van despertando y profundizando. La penuria económica de muchos de sus hermanos lo apremia. "No quiero estudiar, dice, sobre pieles muertas (los libros de entonces) mientras los hombres se mueren de hambre". Entonces vende sus libros y los demás útiles de estudio para ayudar a socorrer en algo las necesidades de los pobres. Hasta se le ocurre ofrecerse como esclavo para salvar a unos cautivos de "los moros". Su formación teológica es sólida y profundo su amor al estudio.
Es agregado al Cabildo de la Iglesia catedral de Osma para vivir en comunidad. Se consagra al servicio de Dios y al bien de los hermanos. Se entrega a la oración y a la vida de observancia monástica en fraternidad bajo la guía de la Regla de San Agustín, buscando la imitación de la vida de los primeros apóstoles. Su preparación intelectual supera y sirve" a sus compañeros de comunidad. Sus aspiraciones y sus ideales maduran en el secreto de su corazón generoso.
De manos de su obispo Diego recibe el ministerio sacerdotal. El fuego ardiente de su amor a Dios y el afán apostólico por salvar a sus hermanos resume todo cuanto se puede consagrar a Dios. Su vida sacerdotal es edificante y eficaz y halla su culminación en la celebración de la Eucaristía. Es hecho Superior del cabildo en Osma. Sus compañeros necesitan su ejemplo y aceptan su autoridad.
Domingo sale de España hacia el norte de Europa en calidad de Suprior del Cabildo de Osma para acompañar a su obispo Diego en una misión confiada por el rey. Este será el comienzo de una serie interminable de viajes por todos los caminos de Europa. Entonces toma contacto con los graves problemas que afronta el cristianismo en el sur de Francia. La herejía está minando la fe. El mal ejemplo de los clérigos y la incapacidad para predicar de algunos obispos tienen en peligro la supervivencia de la Iglesia en aquella región. Domingo siente en carne propia la angustia de la Iglesia.
En adelante se consagrará a predicar con su vida y con su ejemplo. No le parece bien ni necesario seguir encerrado en el cabildo de Osma. La Iglesia tiene necesidades más urgentes y hay campos más necesitados. Su vocación es la predicación. Saldrá a defender la verdad del Evangelio amenazada y debilitada por la herejía albigense y por la falta de testimonio de sus ministros. Su palabra, su vida, su oración y penitencia fundamentan su entrega total y definitiva en la defensa dela verdad y de la fe cristiana. El día lo consagra a la predicación y la noche a la oración. Su palabra es ardiente y convencida. Su vida intachable "' ejemplar. Los frutos de su fervor apostólico van apareciendo en forma de conversiones constantes de la herejía hacía la verdadera fe. Domingo es un apóstol en el sentido original y pleno de la palabra. Su constante preocupación es "¿qué será de los pecadores?". El busca salvarlos a través de la predicación.
Domingo está empezando a recoger los frutos de su predicación apostólica y lo acompañan algunos que comparten sus ideales. Entre las mujeres ha logrado bastantes conversiones de la herejía. Con algunas de ellas organiza en Prulla una especie de centro de formación cristiana. Luego transforma este centro en un monasterio de monjas de clausura. Les da una legislación y las orienta espiritualmente a la vez que hace reconocer su paternal autoridad sobre ellas. Domingo ha hecho su primera fundación, antes de organizar la comunidad masculina. Las monjas, en su retiro monástico, apoyarán con sus oraciones y penitencia el esfuerzo apostólico de Domingo y sus compañeros. Prulla es como la cuna de los Frailes Predicadores y las monjas de clausura, sus primicias. Este monasterio llegó a ser un gran centro de Predicación de Domingo y de sus primeros frailes.
Durante varios años, Domingo se dedica apasionadamente al ministerio de Ia predicación en Prulla, Tolosa, Carcasona, Fanjeaux y otros sectores del sur de Francia. En compañía de algunos seguidores y colaboradores suyos va forjando su proyecto fundacional desde la praxis de la predicación en sus diversas formas, contextos y escenarios.
Domingo y sus compañeros viven totalmente entregados a la predicación. El no recibe honores ni se acompaña de Lujos y comodidades. Renuncia a los obispados que le ofrecen, lo mismo que a sus antiguos compromisos con el cabildo de Osma. Quiere estar totalmente libre para predicar. Esa es su misión. Pero no quiere que el Evangelio vaya unido a la fuerza de la espada; por eso permanece al margen de las Cruzadas. Su poder está en la convicción que da su palabra y su testimonio personal. Ahora no está solo. Se le unen algunos admiradores para compartir sus afanes y sus tareas de predicación. También buscan su ejemplo y su dirección. En Tolosa le ceden una casa para organizar a sus fervientes discípulos y compañeros. Aquí se establece el primer convento de frailes predicadores en torno al mismo fundador. Los predicadores empiezan a formar una comunidad con una vida y una tarea común: la predicación de la fe. El obispo Fulco de Tolosa lo apoya y lo anima en la fundación de la Orden. La vocación de Domingo se hace fecunda para enriquecer a la Iglesia con una nueva familia religiosa.
Domingo se dirige a Roma con Fulco, obispo de Tolosa, para solicitar del Papa la aprobación de su naciente comunidad. Honorio III entrega el 22 de diciembre la Bula de confirmación, señalando a sus frailes como, los "campeones de la fe y verdaderas lumbreras del mundo". Sus hijos hacen honor a esta designación. Su misión es la de iluminar las inteligencias y los corazones de los hombres con la palabra del Evangelio para que alcancen su salvación. En un sueño Domingo ve y oye a los apóstoles Pedro y Pablo, que le dicen: “Ve y predica pues para esto has sido escogido”. Este sueño se ha hecho realidad a través del mundo y de la historia de su orden. La iglesia cuenta en su seno con una comunidad dedicada totalmente a la predicación de la fe.
El fundador de la Orden de Alberto Magno, Tomás de Aquino, Luis Bertrán, Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas, Rosa de Lima, Martin de Porres, Savonarola, Lacordaíre, y de tantos más sabios, santos y maestros hasta nuestros días, "se ejercitaba sin interrupción en el estudio y en la oración", dos pilares sobre los cuales apoya su propia vida y la de su comunidad.
Las primeras fundaciones y los primeros frailes estuvieron en estrecho contacto con las universidades de su tiempo. París, Bolonia, Oxford, centros de la cultura del siglo XIII, saben de la presencia en sus aulas y en sus cátedras de los hábitos blancos de los hijos de Domingo de Guzmán. Las universidades de entonces fueron también el semillero de grandes vocaciones para la Orden. Bastaría nombrar a Jordán de Sajonia y a Reginaldo de Orleans. Las universidades fecundaron la Orden con nuevas vocaciones y, a la vez, la Orden fecundó con su sabiduría las universidades. La Orden de Predicadores desde sus orígenes tienen una tradición universitaria e intelectual calificada.
En agosto de este año Domingo procede a la dispersión del primer grupo de hermanos predicadores. Los envía "a estudiar, a predicar y a fundar conventos". Unos van a Paris, otros a Bolonia, a Roma y a España, en lo que se ha llamado el "Pentecostés dominicano", con lo cual se inicia la expansión de la Orden recién fundada. Durante los años siguientes los conventos se multiplican por toda Europa y el número de frailes se incrementa en forma extraordinaria.
Domingo viaja a Roma, España, París, Tolosa, Bolonia, etc. Visita a los frailes que había dispersado el año anterior y logra una serie de Bulas pontificias de recomendación de su naciente Orden dirigidas a los obispos de distintos lugares a fin de que acepten a los frailes y los reconozcan como predicadores autorizados.
En Pentecostés (mayo) reúne y preside en Bolonia el primer Capítulo General de la Orden en el que se aprueban las primeras Constituciones que le dan solidez institucional y unidad jurídica a la Orden de Predicadores.
En este año fundó el convento de contemplativas en San Sixto de Roma. En Pentecostés se había realizado el segundo Capítulo General que organizó la Orden en provincias. Se enviaron hermanos a Inglaterra, Escandinavia, Polonia, Hungría y Oriente próximo.
En el atardecer del seis de agosto de este año se despide de sus hermanos e hijos diciéndoles que desde el cielo les sería más útil que desde la tierra. El padre de los predicadores muere, pero la Orden no queda huérfana. Domingo deja al morir una comunidad llena de fervor por continuar su obra y en proceso acelerado de crecimiento y expansión. Los conventos se multiplican por todas partes y Dios confirma y apoya con signos la misión de los Frailes Predicadores. Domingo muere, pero su espíritu sigue viviendo en los frailes a través de la historia. Jordán de Sajonia le sucede en el gobierno general de la Orden.
Gregorio IX lo canoniza solemnemente el 3 de Julio. Toda su vida había sido un constante testimonio de santidad. Ahora es reconocido y proclamado como modelo e intercesor. Sus hijos lo veneran con especial devoción y experimentan la eficacia de su protección constante sobre su Orden. Domingo desde su gloria sigue siendo, con mayor razón el Padre de los Predicadores. Él logró con su palabra y con su vida lo que no habían logrado ni las armas ni las embajadas pontificias: convencer a los herejes de sus errores para acercarlos a Dios y a la única fe en la comunión católica. No buscó vencer sino convencer. No intentó triunfar sino salvar. Sus hijos lo invocan con fervor todas las noches al concluir su jomada de trabajo:
"¡Oh luz de la iglesia!,
Doctor de la Verdad, Modelo de esperanza, marfil de
Castidad: Tú nos diste a beber generosamente el agua
De la sabiduría. Predicador de la gracia, únenos a
Los bienaventurados".